... que nos lleva a Norberto César Lischinsky con sus breves 55 años.
Tenía un carácter áspero, frontal; los que trabajamos con él lo sufrimos, cuando te pegaba una puteada te dejaba regulando. Y muchos confundieron esto con su esencia; decían; “es un tipo jodido”. Claro, en un medio tan careta como el nuestro se confunden las formas, el estilo, con lo que verdaderamente era Norberto, un tipo dispuesto a jugarse por entero por un proyecto, una idea, hasta lo último, atravesando todas las instancias, casi sin reconocer obstáculos. ¿Suena raro, no? en una época signada por el desencanto.
Pero, ¿por qué se ha llevado la parca a un hombre excepcional como él?, habiendo tanta porquería, tanto atorrante, tanto malvado, tanto inerte dando vuelta por allí. Una mujer me dijo hoy en la Municipalidad que el momento de su muerte ya estaba marcado y que sólo Él, allá arriba, lo sabe. Yo no soy religioso, y por tanto no me resigno, no tengo esa virtud de los buenos cristianos, o de los buenos judíos… Yo estoy enojado, porque Lischinsky podía dar aún mucho más, estaba aquí, en el Taragüí para quedarse nomás.
Corrientes fue su patria chica, aunque Norberto no se merece la indolencia de mi provincia. Cuando se fue de la Subsecretaría de Cultura, esperaba yo ansioso que alguien, que alguna organización cultural, desde la sociedad civil dijera: “esta fue, quizá por lejos, la mejor gestión que ha tenido la cultura oficial de los correntinos”. Esperé días, meses, pero nada. Acostumbrados como estamos de afilar el cuchillo de la crítica, no atinamos a advertir lo que era bueno, y era necesario resaltarlo con todas las letras. ¡Cuántos artistas, intelectuales, escritores, dramaturgos, se sintieron exponencialmente proyectados durante su gestión! ¿Por qué no lo reconocieron? ¿Por qué no se puede decir: esto estuvo fenomenal? Más allá de la persona, obviamente, porque ahora resulta que está de moda decir: “Gestión fulano de tal”.
Lischinsky, en ningún momento confundió su persona con el desarrollo de las instituciones. Hubiera llegado a instituir una marca de la Subsecretaría de Cultura, si hubiera tenido más tiempo y más comprensión, dentro y fuera del Estado. Intentó con todas sus convicciones darle un carácter autárquico a la Cultura. No lo logró. Desde hace muchos años el juego y la timba sí lo tiene, pero parece ser que no es aún el tiempo de la Cultura. El sitio Web de la Subsecretaría tenía lo necesario de estética, pero contenido le sobraba: desfilaban en él los eventos, programas y acciones de todo tipo, de manera simultánea.
Recuerdo en una oportunidad, cuando hablamos de su idea de financiar proyectos provenientes de las 60 bibliotecas populares de Corrientes. Yo le dije: “convoquemos a 30 proyectos de $ 8.000 cada uno”; él me retrucó: “no, financiemos 10 proyectos buenos de $ 20.000 cada uno”. Empujaba para arriba, no para abajo.
Y ésta fue quizá una de sus mayores virtudes en el área de Cultura. Llegó como pocos a combinar en un sólo combo la cultura de élite y la popular. La Travista por un lado, el chamamé por el otro. Los gestores de cultura solían inclinarse antaño por la élite, en los últimos tiempos era más fácil ser popular, digámoslo, populachero, demagogo: “¡Qué hacé mi gente!” Norberto lanzaba una propuesta de excelencia para el Vera y a la vez enviaba el Bibliomóvil a la escuelita de campo, allí, cayéndose del mapa. El Secretario de Cultura nacional Torcuato Di Tella había caído un tiempo antes, preso de esta falsa dicotomía, el algodón en los hospitales o la clásica en el Colón. Tuvo a la vez una gran destreza para esto y, no esto o. Muchos dijeron que “con plata cualquiera hace”, pero la simultaneidad de acciones es virtud del que sabe gestionar.
Norberto no era materia para el perfil del político clásico. Recuerdo que en el colectivo en que viajábamos una delegación de Corrientes al Congreso Nacional de Cultura en Mar del Plata, nos repartió una carta de su puño y letra. Lamento no haberla conservado. Pero decía en ella que el federalismo cultural era hasta ese momento un dechado de buenas intenciones. Siendo funcionario en Corrientes, y haciendo uso de los programas nacionales, se atrevía a señalar críticamente uno de los nudos más controversiales de la política nacional en Cultura. Una vez allí, en Mar del Plata, se dio el lujo, y nosotros los correntinos con él, de inaugurar el Congreso, con esa prosa que pocos saben cultivar.
Al finalizar el año 2004 me agarré con él –junto a otros dirigentes bibliotecarios– a los arañazos limpios, primero a través de los medios y luego en su propia oficina, con críticas que hacían eje en la implementación de la política bibliotecaria del momento. Unos meses después me invitó a trabajar en la Subsecretaría, haciendo gala de una amplitud de ideas que sólo se ajustaban a la prueba de idoneidad en la función. No era fácil trabajar con él: te catapultaba a la acción más intensa y a la vez te puteaba si no te avenías a una dinámica de trabajo exigente. Norberto estaba para sacudir la modorra, tan común al correntino, contemplativo en exceso como suele ser. Le estampó una impronta a la acción, que estaba siempre mirando fuera del Estado; no era éste el ombligo de la cultura, los actores estaban en otro lado, en los cantantes, en los escritorees, en la comunidad.
Supo construir un equipo de trabajo que lo acompañó, lo potenció y contribuyó al desarrollo cultural de los correntinos; cuando se fue, al final de su gestión, ya cansado y maniatado, lo despedimos con lágrimas en los ojos, las mismas que hoy salieron a borbotones.
Beatriz, su incansable compañera, soltó hoy en el velorio unas punzantes palabras, en medio de su abismal desazón: “hay mucha gente hipócrita, mucha gente resentida, que lo afectó, a Norberto lo destruyeron anímicamente”. No era yo su amigo, no lo conocía en la intimidad, no puedo opinar sobre esto. Pero sea como fuera, estas palabras de su mujer me hicieron dudar. ¡Qué tiene de raro, después de todo! ¡Si Corrientes se ha especializado en expulsar o pisotear al que levanta la cabeza! Lo escuché a Lischinsky algunas veces hablar de la “correntinidad”. Es una palabra que desprecio. Hemos vivido durante siglos de una postura insular, de la que sólo sabemos salir cuando estamos con el agua al cuello. Nuestros valores culturales tendrán sólida consistencia cuando sepamos acompañarlos de un genuino desarrollo económico. La “correntinidad” supo ser sin embargo el sustento cultural de los conservadores, que sólo supieron conservar algo de su ya desgajada renta agropecuaria.
A pesar del enojo que me empuja a escribir esta nota –y que por ello mismo arriesga equivocarse–, quiero creer que en el fondo Norberto Lischinsky presentía su muerte. Yo tengo un añito más que él, y siempre estuve asombrado de todo lo que había construido a su alrededor. Tal vez por ello se burló de la puta muerte ensimismada: allí está el Teatro Vera como debe ser, allí está ese hermoso hotel que estaba construyendo, allí está en fin ese rumor de la calle, en donde hoy por la mañana flotaba el comentario de que se había muerto nomás, sorpresivamente, sin avisar, “el señor Lischinsky”…
Roberto Polimeni
(escrito en la noche del jueves 14 de agosto)
N. de la R.: la fotografía fue seleccionada y editada por Polimeni en su artículo original, el cual hizo circular entre sus contactos vía e-mail. La imagen (de Arón Fisman) retrata a NCL el 5 de septiembre de 2007 en la apertura del Seminario Corrientes Jesuítica, Hotel de Turismo, Corrientes. (Fuente: Mónica Torrez)